“Reunir, enlazar, anudar, arrimar, hilvanar” 重逢、连接、结缘、贴近、串连



Eugenia y Pascuala

Entre paisajes de arena y sal, las dos mujeres pasaban el tiempo en los quehaceres domésticos. Hilando lana en invierno, recogiendo frutos de su huerta  en verano.
Actualmente los días eran cálidos e interminables, recorridos por jovenes historias, mates y rezos acompañados sin fatiga alguna por  la vieja radio a pilas.
La rutina se rompía cada tanto con la visita de algún vecino, algún forastero perdido, un nuevo brote o canto de pájaro. Un recuerdo... 
Después de un otoño nostálgico, un largo invierno y  primavera, la casa estuvo lista y ellas también para recibir... 
Sábanas blancas con olor a sol, mate caliente, bizcochitos de grasa recién horneados, flores silvestres en el altar, mil veces desempolvado. Ropa de domingo y rodete impecable.

Tomando mate esperan las dos hermanas, sentadas en sus banquitos bajo la sombra de los alamos plateados.

(Era bien entrado el verano, cuando llega por fin el gran día y la familia.
Llegó puntual la joven pareja como los últimos cuatro años.  
Esta vez sorprendieron a las dos ancianas.

Este día la joven madre cargaba una preciosa beba en sus brazos.)

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Shanghai 1937. 
A nuestro paso veíamos el saqueo, la desolación y la muerte. El miedo lejos de paralizarnos, nos impulsaba a seguir adelante, huíamos a paso ligero, sin detenernos a mirar el horror. Sin perder tiempo. Deseando llegar sanas y salvas al puerto.
Atardecía.
A lo lejos descubrimos una casa, sus habitantes estaban ausentes, huyeron dejando sus bienes intactos, incluídos los animales. Allí podríamos reponer  fuerzas, algo de comida y un descanso....
Saciamos rapidamente el hambre. El descanso fue desafortunamente interrumpido en la oscuridad de la medianoche.
Escuchamos a los lejos el andar implacable de las botas y las voces agresivas buscadoras de posibles víctimas. 
Mamá no vaciló un momento, armó rapidamente un escondite y nos deslizó en un espacio más fino que el aire, quedamos arrinconadas contra la pared. Nos ordenó  quedarnos allí. Le prometimos quedarnos quietas y mudas.
Con firme decisión, salió de la habitación y cerró la puerta detrás de ella.
No tardaron los gritos y las ordenes militares ininteligiblemente aterradoras.
Solo voces graves, brutales risotadas y gemidos animales.
Luego de un horror interminable, el silencio, las sombras y nosotras tambien fuimos huerfanas.

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